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WWW.LANACION.COM.AR / Carlos Ulanovsky / Martes 01 de Enero
Alberto Kipnis, un paladar negro en la exhibición
Memorias de un amante de las películas, que supo conquistar a toda una generación con sus míticas salas de cine arte de la calle Corrientes de Buenos Aires
En Buenos Aires hay un hombre que desde hace más de 50 años programa exquisiteces cinematográficas. Alberto Kipnis se inició en 1955 como boletero suplente en el Lorraine, de Corrientes al 1500, un cine al que él volvió legendario desde que el dueño de la sala le permitió elegir y programar películas de arte. Inicialmente apeló a una producción que provenía del este del mundo, hasta que en 1958 la exhibición de un ciclo selecto de Ingmar Bergman desató la pasión cinéfila por este director, de quien se afirma que nació en Suecia pero se consagró primero en Buenos Aires. Eso cimentó el nombre de una sala que no sólo acumulaba prestigio, sino que además ponía el cartelito de "No hay más localidades" en cinco o seis funciones diarias. Luego de volver mítico e imprescindible al Lorraine, Kipnis lo hizo tener crías con marcas que deliberadamente empezaban con Lo (Loire, Losuar, Lorange), sólo con el propósito de que sonaran francesas y para que en la cartelera aparecieran todas juntas. En la avenida Corrientes, entre el 1700 y el 1300, se armó un polo de exhibición que, para miles, resultó fuente de cultura y objeto de culto urbano. Una cosa era ir al cine y otra convertirse en habitué de "esos" cines. Sus ciclos, que fastidiaban al poder, originaban debates en la sala que se prolongaban en los cafés de las inmediaciones y fundamentalmente en la cabeza de los espectadores.
Aquellos templos siguieron el rumbo del país y cerraron sus puertas dejando tristes a muchos feligreses. Pero el enamorado del séptimo arte no se rindió y desde el año 2000, en sociedad con el joven empresario Marcelo Morales, abrió otros cines de arte, con la marca Arteplex. Ahora son casi una cadena imprescindible: dos salas de 180 localidades en Caballito; cuatro (más de mil butacas) en Belgrano y tres más en el centro, donde hace un año recuperaron la sala del Cine Arte, que desde hacía 15 años ofrecía cine pornográfico. Desde ahí, Kipnis hace lo que mejor sabe hacer: ofrecer materiales fílmicos (en 35 milímetros y también en excelente proyección digital) que no se dan en ningún otro lado del circuito comercial. O, como él mismo define: "Cine antipochoclo ("anticotufas" en Venezuela), porque estoy convencido de que no es posible ver algo con nivel artístico en medio de ese olor y del crunch crunch ".
Las pantallas de repertorio de Kipnis tienen, desde siempre, otros valores agregados. Textos explicativos en el exterior o interior de las salas, acomodadoras con buen trato personal, cafés temáticos con posibilidad de consumir allí pero no en las salas, y programas con abundante data de lo que se va a ver. Esta oferta de cine con identidad particular se completa con otro dato: cada una de sus actuales nueve salas lleva un nombre cuya intención es homenajear a algún grande de la historia del cine mundial: Visconti y Renoir, las de Caballito; Fellini, Bergman, Buñuel y Truffaut, las de Belgrano, mientras que las del centro homenajean a un pasado que para Kipnis y su socio es presente, porque se denominan Lorraine, Loire y Losuar, tres de sus grandes amores.
De regreso de muchos altibajos económicos que le originaron infartos y bypasses, pero satisfecho con la experiencia actual, Kipnis manifiesta sin embargo una fuerte preocupación. "Viene al cine poco público joven, contrariamente a lo que sucedía en la década del 60. Prefieren otros formatos y otros entretenimientos. En el Lorraine teníamos 80 por ciento de público joven. Ahora tenemos 80 por ciento de público adulto o jubilados, que aprecian nuestro estilo de comunicación y de exhibición. ¿Cómo no me va a preocupar? Siempre lo que más me interesó es que la gente vaya al cine. También, por ese motivo, nuestras entradas tienen un poco menos de valor que la de los multicines. El cine es un gran formador cultural", cuenta este incansable promotor de cientos de ciclos culturales, políticos, testimoniales y sociales.
Kipnis afirma que el cine lo apasiona y ve todo lo que puede, incluso lo que jamás proyectaría. Y, por supuesto, también se refiere a la falta de apoyo del público al cine argentino. "Hay un divorcio tremendo entre la gente y el cine argentino. Antes la gente hacía colas para ver películas de Monicelli, Fellini, Antonioni, Truffaut, Buñuel, Forman, pero también se mataba para estar al día con el nuevo cine nacional, cualquier estreno de David Kohon o de Favio era un acontecimiento", afirma el hombre que es, entre otras cosas, custodio de un fabuloso archivo de críticas de las películas estrenadas en los últimos 45 años.
Donde estaban el Lorraine y el Losuar hoy funcionan importantes librerías y donde funcionaba el Lorange hoy hay un teatro que lleva el mismo nombre y devino también en el teatro Loire, actual Picadilly. El Lorraine pasó a ser historia durante los años iniciales de la dictadura y su cierre originó un vacío muy sentido. "Tal vez de haber seguido abierto yo no estaría aquí hablando. Es que se armaban unos climas muy especiales. Cada pasada de Roma, ciudad abierta originaba verdaderos mítines políticos y por esa película una vez nos pusieron una bomba que destruyó uno de los baños", evoca quien afirma que puso de moda los cines de arte en Buenos Aires antes que eso sucediera en el barrio latino de París.
Hombre familiarizado con el celuloide, confiesa que alguna vez tuvo fantasías de dirigir ("Hubiera sido una película muda") y le satisface comprobar que, todavía, "el cine copia muy bien a la realidad". Kipnis ostenta sus más recientes orgullos de exhibidor: la difusión del cine oriental, del rumano y del comportamiento de esa rareza italiana de 6 horas de duración titulada La mejor juventud, que se mantuvo en cartel en sus salas durante 19 semanas y atrajo a 50.000 espectadores.
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