
El Festival arranca de manera accidentada con Partir un jour, el voluntarioso y confuso debut de la directora Amélie Bonnin, a la vez que Robert de Niro hace pie en su Palma de Oro honorífica para arremeter contra Trump
La melancolía da calambre. Lo mismo provoca cosquillas que un electroshock. Aristóteles mantenía que el estado melancólico consiste básicamente en un precario equilibrio entre lo morboso y lo genial, entre lo sencillamente enfermo y lo eufórico. Algo de todo ello se vivió en una jornada inaugural de Cannes de repente sorprendida por la condena por abusos a Gérard Depardieu. Mientras, el festival se abría con el musical, además de debut en el largometraje, de Amélie Bonnin Partir un jour (Marcharse un día) y Robert de Niro explotaba al recoger una Palma de Oro más que justa. Incluso necesaria. En verdad, tanto una como otra y el otro --la sentencia, la película y el actor-- llaman a la melancolía. La primera por tratarse del derrumbe del mayor actor francés vivo, en todos los sentidos imaginables; la segunda por ser una película que celebra la nostalgia de las cosas de casa (que si la música popular, que si la comida de papá y mamá, que si los amigos de siempre, que si la desgracia de hacerse mayor...), y el tercero porque sí, por ser quien es. Lo dicho, para lo malo y hasta lo menos malo, el trío al completo dio bastante calambre.
Por orden de relevancia, siempre De Niro. "En mi país, ahora mismo estamos luchando con uñas y dientes por la democracia que antes dábamos por sentada. Esto nos afecta a todos aquí, porque las artes son democráticas. El arte es compartido, de todos, inclusivo, une a la gente. El arte abraza la diversidad y por eso es una amenaza y por eso los que nos dedicamos a esto somos una amenaza para los autócratas y los fascistas", dijo sin que mediara más provocación que la simple y elemental cordura apenas recogida la Palma de Oro por toda la carrera de manos de Leonardo DiCaprio. Y, tras llamar filisteo a Trump, protestar contra los aranceles y clamar por la libertad, la igualdad y la fraternidad, añadió: "Tenemos que actuar, y tenemos que hacerlo ya, no con violencia, sino con pasión y determinación". Queda claro.
De la película, lo mejor que se puede decir es que pasó. No es cinismo ni siquiera condescendencia, es lo que se podría deducir incluso de las declaraciones del propio director del festival Thierry Frémaux. Preguntado el lunes sobre el porqué de una elección como ésta para la inauguración del certamen, vino a decir que porque sí, porque no queda más remedio. No es que pidiera disculpas, pero casi. Desde hace años, y sin que quede claro muy bien el motivo, Cannes se obliga a inaugurar con una película que esa misma semana se estrena en salas. Eso descarta buena parte de las cintas internacionales y condena a una producción francesa a exponerse en canal ante una crítica en perfecto estado de revista. Es decir, de entre todo lo que hay se elige lo que queda. Cueste lo que cueste, lo más barato que haya, que decía mi tío.
Amélie Bonnin convierte en largometraje, y con exactamente el mismo título, lo que antes fue corto. Y muy premiado, por cierto. El problema es que lo que en poco más de 20 minutos se celebraba como una ocurrencia bien resuelta y con gracia, con una hora más de duración simplemente abruma. Y aburre terriblemente. Por volver a Aristóteles, que siempre está bien, lo genial se convierte en morboso. Partir un jour recupera ese gusto por la revitalización, la relectura y la redefinición (todo en un virtuoso giro sobre sí mismo o regiro) que demostró la Nouvelle Vague por los géneros clásicos de Hollywood en general y por el musical muy en particular. Hablamos de Jacques Demy y de su Palma de Oro Los paraguas de Cherburgo. Quién nos iba a decir que pasadas las décadas no habría película sobre la cartelera más o menos de autor o más o menos independiente que, en un momento dado, no se suelte la melena y se atreva a cantar y bailar como si de la mayor de las revoluciones se tratara. Y no nos referimos solo a Emilia Pérez.
Ahora, se cuenta la historia de una mujer que, tras ganar el equivalente francés a uno de esos programas de cocina en los que los concursantes corren mucho para freír un huevo, vuelve a su pueblo convertida en la más reputada de las cocineras (o chefs, en masculino patriarcal) y la más famosa de las francesas. Está embarazada y no sabe si lo de ser o no ser madre entra o no en el menú. Allí se encuentra con lo que fue y con lo que soñó ser antes de acabar por ser lo que es. Cosas de los tiempos verbales y, en efecto, de la nostalgia. Su padre, propietario de un restaurante de carretera, se encuentra muy enfermo y muy resentido con su hija; su madre aguanta el resentimiento del anterior, y su antiguo novio, ahí está. En realidad, pasar lo que se dice pasar no pasa nada. La gracia está en que lo poco que sucede lo hace como en las zarzuelas, un rato cantando y otro bailando.
Partir un jour juega a combinar el más adusto (y hasta rancio) costumbrismo con el más irreal de los escenarios. El problema es que la película es tan consciente de sí misma y de su propuesta que parece navegar en tierra de nadie. Ni tan lírica y provocadoramente cursi como el cine de Jacques Demy ni tan resueltamente alocada como el último atrevimiento de Jacques Audiard y Karla Sofía Gascón. Digamos que esa apelación constante a la melancolía antes que en el electroshock o las cosquillas que mencionábamos en el calambre de arriba, acaba ahora en un mucho más simple cortocircuito. Además, y tampoco tengo claro si eso es bueno o malo, cada una de las referencias tanto musicales como de cultura popular son tan exageradamente locales que, admitámoslo, es muy fácil perderse salvo que se tenga un nivel C2 en francés como mínimo. Eso sí, se disfruta la brillantez interpretativa y, sin duda, genial, que no morbosa, de su protagonista Juliette Armanet.
"DEPARDIEU YA NO ES SAGRADO"
Y luego está el asunto Depardieu.
"Ya no es un hombre sagrado", fueron las palabras más destacadas y hasta dolorosas que Juliette Binoche pronunció el martes en su comparecencia ante la prensa. Se refería a la condena a 18 meses de prisión, una multa de 20.000 euros y su incorporación al registro de delincuentes sexuales a Gérard Depardieu por abusos sexuales a dos mujeres durante el rodaje en 2021 de Les volets verts, de Jean Becker. Y siguió: "Para mí, lo sagrado es cuando creas, cuando actúas, cuando estás en el escenario y, de repente, sucede algo extraordinario. Lo sagrado es, por definición, incomprensible. Y ahora, queda claro, él [Gérard Depardieu] ya no es sagrado. Eso significa que hay que reflexionar sobre el poder que ejercen y del que se apropian ciertas personas", añadió.
En verdad, la condena al actor francés admite pocas disquisiciones más que las del propio juez. Sin embargo, el que la presidenta del jurado este año fuera precisamente Juliette Binoche obligaba al comentario. Y más cuando el jurado en pleno, con su jefa a la cabeza, hizo su comparecencia ritual de todos los años. Recuérdese, tiempo atrás, en 2010, en una entrevista a la revista austriaca Profil, el actor se despachó a gusto contra la actriz. Divo contra diva. Ni corto ni perezoso, que dirían los clásicos, el intérprete ahora declarado culpable expresó su incredulidad ante el hecho de que Binoche hubiera recibido el premio que se le entregó precisamente en Cannes por su interpretación en la película Copia certificada (Copie Conforme), de Abbas Kiarostami. "¿Puedes explicarme, por favor, cuál se supone que es el secreto de esta actriz?", le soltó el entrevistado al entrevistador. Y siguió: "Me gustaría mucho saber por qué ha sido tan apreciada durante tantos años. No tiene nada. ¡Absolutamente nada!". Y otra más: "Es peor que la [Isabelle] Adjani, que aunque esté loca es grande, y mucho peor que Fanny Ardant [la pareja de Depardieu], que en la comparación con Juliette es extraordinaria".
La intérprete, ganadora del Oscar y con premios en los tres festivales internacionales más respetados (Cannes, Venecia y Berlín), se limitó de manera elegante a aguantar el chaparrón. "Depardieu quería matarme. Pero sigo aquí", fue su declaración pasados los años. Y así hasta que se reencontraron primero en la calle, donde él pidió disculpas, y luego sobre la pantalla. Fue en 2017 cuando Un sol interior, de Claire Denis, les unió. Y se perdonaron. "Gérard es una persona que ha sufrido mucho", fueron las palabras utilizadas por Binoche para pasar página. Y hasta hoy mismo.
El martes Binoche no quiso dejar pasar la ocasión, casi sagrada, que le ofrecía el festival para hacer una valoración de cómo han cambiado las cosas en general y en el propio Cannes en concreto. "El festival está siguiendo la misma tendencia que el resto del mundo en la vida social y política", dijo Binoche en referencia a las consecuencias del movimiento Metoo. "Creo que el festival está cada vez más en sintonía con la actualidad", concluyó. La declaración vino a cuenta de alguna que otra voz que se ha levantado por el mutismo del certamen sobre la noticia de la condena que se conoció por la mañana.
No el balde, hablamos del ganador en Cannes por su trabajo en Cyrano de Bergerac y protagonista de la ruidosa Palma de Oro de 1987 Bajo el sol de Satán, de Maurice Pialat; hablamos de un mito ahora condenado y desacralizado, según Binoche. El instante en el que la nostalgia fue un electroshock. Menos mal que, al final, ya de noche, llegó De Niro, dio las gracias y provocó, con toda la claridad del mundo, el gran apagón.