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EN CARACAS / Fernando Rodríguez / Martes 01 de Enero
Llena de gracia
Columna: Ojo por Diente
Hay películas que parecieran destinadas a una cierta posteridad más que por la brillantez de alguno de sus elementos por su sobria parquedad y la suma de discretas virtudes. Tal pudiera ser el caso de María llena eres de gracia, producción colombo-norteamericana, del novel californiano Joshua Marston, que ya está en DVD y probablemente llegará a las pantallas nacionales, a propósito de la nominación de la protagonista colombiana al Oscar como mejor actirz. Cierto cine progresista americano -pienso, por ejemplo, en Martin Ritt- que combina temáticas audaces social y políticamente hablando con formas narartivas convencionales y que incluso no elude los "ganchos" melodramáticos usuales, pudiese ser la familia del filme que comentamos. El tema es interesante y su carácter trasnacional toca un ámbito geográfico más o menos amplio. Se trata del narcotráfico y de una modalidad muy específica de éste: las mulas que llevan en su estómago el preciado contrabando, en este caso, humildes mujeres colombianas. Cierta minuciosidad y destreza en la descripción de los mecanismos utilizados para tan curioso proceso le agregan un interesante ingrediente documental. La historia es ciertamente algo minimalista, pero de nuevo eso tiene mucho de virtuoso en el horizonte de la espectacularidad vacua de los filmes de acción que nos rodean. Permite no sólo acercarse a ciertos planos psicológicos con cierta veracidad sino, sobre todo, mostrar una cierta cotidianidad de la gigantesca empresa, mucho más significativa que los clímax artificiosos de los filmes de extrema violencia y abrumadores efectos. Por supuesto también se emparenta la historia de estas jóvenes, impulsadas por la pobreza a entrar en ese universo parelelo de la droga, con la tradición de películas latinoamericanas que tienen que ver con la juventud y el delito y que a lo mejor tendrán siempre como ancestro Los olvidados de Buñuel y una última y resonante realización en la muy renovadora Ciudad de Dios. Incluso en nuestro cine hemos tenido, entre otras cosas, Los delincuentes de Clemente de la Cerda y hasta sicarios vistos a distancia. En esa tendencia que se va haciendo profusa -en la medida en que ese drama se acrecienta en lo real- este film modesto y correcto, sin grandes panorámicas del fenómeno y sin una dramaturgia demasiado excepcional, ha logrado su específico lugar: decir una palabra propia y distinta con corrección estilística, vocación de verdad y una sana dosis de sobriedad cinematográfica.